"Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el
grito que da sentido a ese silencio".
José Saramago
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José Saramago |
Bien decía Goethe que “Los genios son peligrosos para los
talentos jóvenes, pues no hacen más que reproducirlos creyendo reproducirse a
sí mismo”. Creo que esa es la razón más lógica para publicar obras póstumas, la
otra razón es el maldito dinero.
José Saramago murió de una leucemia crónica. Se auto exilio
de Portugal luego de que el gobierno de dicho país vetara la entrega al Premio
Literario de Europa por la novela El evangelio según Jesucristo porque ofendía
a los cristianos, en la Isla de Lanzarote y en 1998 se convierte en el único
escritor en lengua portuguesa ganador del premio Nobel de Literatura.

Nuevamente su esposa repite esta acción, solo que esta vez
la obra está inacabada. Cosa que no deja de darme mil y una vertientes
sumamente literarias, como decirlo, parece como un juego de la diosa Fortuna en
manos de la viuda del escritor, quien sigue viviendo a través de nosotros por
medio de las voces del pasado, de esas voces de las que dejo constancia allá
por 1953.
En una novela sobre el mundo literario de Santiago
Posteguillo, se relata un capítulo sobre Kafka. En el él escritor es personan
non grata para el régimen fascista de los nazis, por lo que la Gestapo buscaba
no solo al escritor, sino también cualquier vestigio de su obra para
destruirla. Algunos escritos le son dados a un amigo y otros a una amiga, con
la promesa de quemarlos y no publicarlos jamás. Sin embargo, el amigo viendo la
leña crepitando en la chimenea y cerca, los manuscritos de Kafka, decide darle
una hojeada. Lo que sucede es quizá una de esas jugarretas del destino
incomprensibles pero sumamente agradecidas, luego de leerlas el amigo de Kafka
decide que el mundo necesita conocer dichas obras.
Poco después recibe la visita de una amiga del escritor,
quien es perseguida por la Gestapo. Si mal no recuerdo, ambos comienzan hablar
sobre dichas obras, y de la casualidad de que ninguno de ellos hubiese
destruido los escritos. ¿Sabía acaso Kafka que estos amigos suyos no
destruirían sus obras? No lo sé, sin embargo, en el libro de Posteguillo
refiere que algunos de sus escritos perecieron, ya sea en las llamas o yacen en
alguna colección privada.
Es conocida mi gusto por divagar, y no puedo más que pensar
en el alma de los escritores. Siempre he dicho, que la burla osada del escritor
suicida es vivir eternamente a través de sus libros. Y no es que sea el caso,
pero a veces pareciera que los escritores encontrándose ya en el otro lado y
pese a que sus obras son publicadas, ya sea por labor a la comunidad literaria
y simple dinero, se aferran y siguen dictando desde donde quiera que estén, el
destino de sus obras.
Kafka jamás pensó que sería mundialmente conocido y menos
que algunas situaciones pasaran a referirse bajo su apellido. En aras de
explicar una acción que a toda vista podría considerarse risoria y surreal, y
que es llamada kafkaniana, sin encontrar mejor manera que explicarla.
Y hoy pese a que la novela está incompleta (regresando al
inicio de esta entrada) José Saramago se resiste y a través de los años y de su
presencia física, regresa.

La obra no puede más que recordarme a lo sucedido con Kafka
y pareciera una obra de meta ficción elaborada por Paul Auster. Pues pareciera
romperse la barrera de la ficción y la realidad, ya que las notas del escritor
nos convierten en cierto momento en su confidente y pese a eso, las
ilustraciones de Günter Grass y los textos complementarios de Saviano y Gómez
Aguilera, parecen reafirmar este trabajo único de retroalimentación, lectura y
creación mental, del propio lector. Dando paso a que cada lectura de la misma
obra sea diferente para dos personas.
Pero no solo es EEUU, cuántas veces hemos visto esta
incongruencia en el hablar y en el actuar, digna novela para replantearnos.
Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas.
Así que pese a mi habitual desvarío, repito hasta la
saciedad la necesidad de regresar a leer a Saramago.
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Saramago y Pilar del Río |
Como anécdota debo aclarar que la primera novela que leí de
él fue la muy conocida Ensayo sobre la Ceguera. La implicación social de un
problema lleva a repensarse el actuar de la humanidad misma y de cómo para
mantener la supervivencia individual bajo la protección de la supervivencia
colectiva, y de cómo el estado y la sociedad misma no escatiman en desterrar a
los infectados, me llevo a querer leerla. Pero con el avanzar de las páginas
había algo insoportable: la puntuación. Tildé al escritor de un loco, de un
idiota y lo deje.
Años después escuche leí la teoría del escritor William S.
Burroughs sobre el lenguaje: es un virus. El lenguaje, junto con las normas
gramaticales y sintácticas que le caracterizan, son organismos parásitos que
han elegido nuestras mentes como hábitat. Para Burroughs, el lenguaje es un
virus altamente especializado, porque no solo no es humano... ni siquiera es
terrestre:
“El lenguaje es un virus del espacio exterior”.
En el momento de su formulación, esta teoría pudo parecer un
delirio paranoico producido por la droga; sin embargo, ahora que hemos dotado
de lenguaje a las máquinas, vemos el comportamiento viral del lenguaje en todo
su esplendor.
Después de leer esto, y de saber el porqué de cambiar un
punto por una coma, pude ver a Saramago como realmente era.
Al final el lenguaje es un sistema inventado por el hombre
que sintiéndose dios ha tiranizado y mutilado a su antojo (o así lo cree).
Quienes son los pocos escritores que han desafiado a este virus. Pues en
palabras de Burroughs, la verdadera revolución no es de índoles social, sino
individual, mental. Y deshacerse del virus del lenguaje es el primer paso.
Conectando todo eso, nos lleva a ver la congruencia de Saramago
dentro de sus escritos pero también dentro de su manera de escribir.
He ahí que vi diferente a Saramago y lo sigo viendo aun
después de muerto, creando una novela inacabada en un ejercicio literario
incomparable.
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