lunes, 15 de diciembre de 2014

Alabardas y el Saramago que se reproduce.

  "Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio".
José Saramago

José Saramago
Bien decía Goethe que “Los genios son peligrosos para los talentos jóvenes, pues no hacen más que reproducirlos creyendo reproducirse a sí mismo”. Creo que esa es la razón más lógica para publicar obras póstumas, la otra razón es el maldito dinero.

José Saramago murió de una leucemia crónica. Se auto exilio de Portugal luego de que el gobierno de dicho país vetara la entrega al Premio Literario de Europa por la novela El evangelio según Jesucristo porque ofendía a los cristianos, en la Isla de Lanzarote y en 1998 se convierte en el único escritor en lengua portuguesa ganador del premio Nobel de Literatura.

Luego de su muerte, su viuda Pilar del Rio publicó la primera novela póstuma: Claraboya. La cual fue escrita cuando el escritor tenía 31 años de edad, en 1953 y envió el manuscrito a una editorial que tardo más de cuarenta años en responderle, claro, ya cuando el escritor estaba consagrado. Saramago se negó a publicar esta novela mientras el viviera, y fue su esposa la encargada de romper dicha afrenta y deleitar a los lectores.

Nuevamente su esposa repite esta acción, solo que esta vez la obra está inacabada. Cosa que no deja de darme mil y una vertientes sumamente literarias, como decirlo, parece como un juego de la diosa Fortuna en manos de la viuda del escritor, quien sigue viviendo a través de nosotros por medio de las voces del pasado, de esas voces de las que dejo constancia allá por 1953.

En una novela sobre el mundo literario de Santiago Posteguillo, se relata un capítulo sobre Kafka. En el él escritor es personan non grata para el régimen fascista de los nazis, por lo que la Gestapo buscaba no solo al escritor, sino también cualquier vestigio de su obra para destruirla. Algunos escritos le son dados a un amigo y otros a una amiga, con la promesa de quemarlos y no publicarlos jamás. Sin embargo, el amigo viendo la leña crepitando en la chimenea y cerca, los manuscritos de Kafka, decide darle una hojeada. Lo que sucede es quizá una de esas jugarretas del destino incomprensibles pero sumamente agradecidas, luego de leerlas el amigo de Kafka decide que el mundo necesita conocer dichas obras.

Poco después recibe la visita de una amiga del escritor, quien es perseguida por la Gestapo. Si mal no recuerdo, ambos comienzan hablar sobre dichas obras, y de la casualidad de que ninguno de ellos hubiese destruido los escritos. ¿Sabía acaso Kafka que estos amigos suyos no destruirían sus obras? No lo sé, sin embargo, en el libro de Posteguillo refiere que algunos de sus escritos perecieron, ya sea en las llamas o yacen en alguna colección privada.

Es conocida mi gusto por divagar, y no puedo más que pensar en el alma de los escritores. Siempre he dicho, que la burla osada del escritor suicida es vivir eternamente a través de sus libros. Y no es que sea el caso, pero a veces pareciera que los escritores encontrándose ya en el otro lado y pese a que sus obras son publicadas, ya sea por labor a la comunidad literaria y simple dinero, se aferran y siguen dictando desde donde quiera que estén, el destino de sus obras.

Kafka jamás pensó que sería mundialmente conocido y menos que algunas situaciones pasaran a referirse bajo su apellido. En aras de explicar una acción que a toda vista podría considerarse risoria y surreal, y que es llamada kafkaniana, sin encontrar mejor manera que explicarla.

Y hoy pese a que la novela está incompleta (regresando al inicio de esta entrada) José Saramago se resiste y a través de los años y de su presencia física, regresa.

Pilar del Rio ha publicado la novela Alabardas, una obra inacabada con solo tres capítulos en la que escritor da muestra de su inacabable obra por escribir pese a su avanzada leucemia. En la novela se plantea el conflicto moral de un empleado de una fábrica de armas. En la edición especial de esta obra, se hayan ilustraciones de Günter Grass y notas de trabajo del propio Saramago, en las que el autor plantea el final de la historia narrada. Además de estar complementada por textos del periodista y escritor italiano Roberto Saviano y del poeta y ensayista español Fernando Gómez Aguilera.

La obra no puede más que recordarme a lo sucedido con Kafka y pareciera una obra de meta ficción elaborada por Paul Auster. Pues pareciera romperse la barrera de la ficción y la realidad, ya que las notas del escritor nos convierten en cierto momento en su confidente y pese a eso, las ilustraciones de Günter Grass y los textos complementarios de Saviano y Gómez Aguilera, parecen reafirmar este trabajo único de retroalimentación, lectura y creación mental, del propio lector. Dando paso a que cada lectura de la misma obra sea diferente para dos personas.

Alabardas es una reflexión sobre la violencia y la congruencia del ser humano. El tema no podría estar más vigente. Saramago ya lo hizo en un Ensayo sobre la Ceguera y Las Intermitencias de la Muerte. Vaya broma del destino, mientras Estados Unidos llama al respeto a los Derechos Humanos, apoya al régimen israelí y el ataque constante a palestinos, no solo eso, viola la soberanía de Siria con el pretexto de interrumpir el avance del Estado Islamico, mismo que el creo hace mucho.

Pero no solo es EEUU, cuántas veces hemos visto esta incongruencia en el hablar y en el actuar, digna novela para replantearnos. Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas.

Así que pese a mi habitual desvarío, repito hasta la saciedad la necesidad de regresar a leer a Saramago.

Saramago y Pilar del Río
Como anécdota debo aclarar que la primera novela que leí de él fue la muy conocida Ensayo sobre la Ceguera. La implicación social de un problema lleva a repensarse el actuar de la humanidad misma y de cómo para mantener la supervivencia individual bajo la protección de la supervivencia colectiva, y de cómo el estado y la sociedad misma no escatiman en desterrar a los infectados, me llevo a querer leerla. Pero con el avanzar de las páginas había algo insoportable: la puntuación. Tildé al escritor de un loco, de un idiota y lo deje.

Años después escuche leí la teoría del escritor William S. Burroughs sobre el lenguaje: es un virus. El lenguaje, junto con las normas gramaticales y sintácticas que le caracterizan, son organismos parásitos que han elegido nuestras mentes como hábitat. Para Burroughs, el lenguaje es un virus altamente especializado, porque no solo no es humano... ni siquiera es terrestre:

“El lenguaje es un virus del espacio exterior”.

En el momento de su formulación, esta teoría pudo parecer un delirio paranoico producido por la droga; sin embargo, ahora que hemos dotado de lenguaje a las máquinas, vemos el comportamiento viral del lenguaje en todo su esplendor.
Después de leer esto, y de saber el porqué de cambiar un punto por una coma, pude ver a Saramago como realmente era.

Al final el lenguaje es un sistema inventado por el hombre que sintiéndose dios ha tiranizado y mutilado a su antojo (o así lo cree). Quienes son los pocos escritores que han desafiado a este virus. Pues en palabras de Burroughs, la verdadera revolución no es de índoles social, sino individual, mental. Y deshacerse del virus del lenguaje es el primer paso.
Conectando todo eso, nos lleva a ver la congruencia de Saramago dentro de sus escritos pero también dentro de su manera de escribir.

He ahí que vi diferente a Saramago y lo sigo viendo aun después de muerto, creando una novela inacabada en un ejercicio literario incomparable.